Mi año Erasmus no ha sido el año más feliz de mi vida. Ha sido un año perfecto, lleno de experiencias y de personas fantásticas, de viajes y (auto)conocimiento. He visto, tocado, descubierto, metido la pata, mordido. Me he emocionado por primera vez con mi carrera, me he enganchado a una nueva ciudad y he mejorado un montón uno de mis idiomas favoritos. No cambiaría ninguna de las noches ni de las rutas. No cambiaría Meteora, ni el mar Báltico cubierto de hielo, ni las primeras luces en Dinamarca. Pero no, mi año Erasmus no ha sido el mejor año de mi vida. Todos mis años son mis mejores años.
Me molesta esta manía que tenemos de jerarquizarlo todo. El mejor amigo, la comida favorita, el único e irreemplazable novio. El momento decisivo, el paisaje más hermoso, la decisión oportuna. Me niego a eso. Mi año Erasmus ha sido (¡está siendo!) fantástico, como lo han sido mis años dolorosos, mis años de adolescencia, mi primer año en Compostela. Como lo será el año que viene en Vigo, el siguiente en Canada... ¡o en Argentina, o en Barcelona, o donde quiera y pueda! No puedo parar estas ganas salvajes de enamorarme de todo y de todxs.
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