el primer día me vi fuera de una de las casas, cruzada en un conflicto que no me correspondía, muy poco habituada a la violencia. no nombré ninguna guerra ni intenté subirme al carro del dolor. sé que salí de la casa con el abrigo negro y que la piel se me veía blanca, más blanca que diciembre blanco. vi el mar y me senté junto al mar, exactamente como cuando tenía diecisiete años y muchas ganas de vivir. lloré poco. volví a no decir. volví a mirar. me vi, vi, fue necesario irse.
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mi madre me invita a cafés enormes y compramos lencería juntas. me dice que le gustan los líos en que me estoy metiendo. me dice que todas las demás chicas tienen una melena maravillosa. me dice que cocino bien. me dice que estará ahí. me habla de sus amigas. hacemos las cosas que no hacíamos cuando yo era adolescente. le cuento cosas de mi segunda novia. le hablo de los libros que leo y le enseño mi atlas de botánica. vamos a ver el mar. le cuento lo que ha pasado y que no sé muy bien cómo hacerlo, que quiero pedir ayuda. me dice que está bien. es raro no ser yo quien dice que las cosas están bien.
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tengo poco tiempo para ver a toda la gente que he planeado ver y levantarme de la cama se vuelve algo muy complicado. otra vez. intento un camino diferente. intento racionalizar, intento entender este no saber centrarme en mí. estoy menos asustada y un poco más triste. no tengo ganas de ver a nadie y veo a gente todos los días. intento convencerme de que me arrepentiré, pero no logro moverme.
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paso las manos por la pared y sigo sin saber cómo comportarme. sigo sin ser una mujer. sigo sin producir bien, sin proyectar bien. sigo limitándome. han pasado cuatro días y estoy helada. estoy cansada, aburrida, sorprendida de mi propia falta de reacción. me salen llagas en la boca por la ansiedad. siento que vuelvo al principio. me da miedo volver al principio. siento que vuelvo al principio. no hablo de las llagas, solo me río y toco las manos de gente maravillosa.
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hoy he ido a desayunar fuera. primero me han acribillado los brazos en el hospital, me han dicho que tengo mejor cara. la chica de análisis (parte uno) me ha preguntado cómo me teñí de verde. miro la aguja muy fijamente mientras se hunde en la piel. pienso la transición de la fobia a la tolerancia, la remisión del dolor. cuento viales sin que me haga falta verlos. en análisis (parte dos) se equivocan con la vena. miro la aguja fijamente una, dos, tres veces. las vías vibran en las venas. pienso los ojos que descubrieron la no-metáfora. pienso la sangre.
he desayunado fuera y hemos hablado de la vida, de las maneras de verse. he sonreído mucho. he confiado en otra persona. he mirado a otra persona y me he sentido en calma.
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escribo en el cuaderno que compré en leipzig. no sé si crecer se parece de verdad a esto, a que las cosas no importen. crecer como una manera de somatizar los problemas.
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el día de fin de año tengo la boca tan mal que ceno sopa de calabaza y fruta triturada. mis padres no saben cómo arreglárselas con el hecho de que no sonría mucho, así que sonrío más. la noche anterior celebré el cumpleaños de una persona especial y dormí en un hotel tristísimo. los chicos de recepción nos enseñaron un cuarto precioso y habíamos llevado todo, pero yo no tenía la cabeza allí, yo la tenía en algún lugar hace tres años, en alguna pieza que me faltaba.
dormimos muy apretados y cambiamos palabras de alivio. me gustó tener el collar conmigo un rato. me gustó que llevásemos peluches. me gustó sentirme en calma, un poco.
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he adelgazado dos kilos y medio porque las llagas de la boca no me dejan comer. me río al subvertir el logo comercial, al no saber muy bien cómo he salido así de la navidad con mi familia. así. más flaca aunque no esté flaca.
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quiero muchísimo a mi padre. quiero muchísimo a mi madre. no podría vivir aquí, pero ojalá retrotraerme a los cuatro o cinco años, a la infancia azul. las cosas eran, al menos, creativas.
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