[siempre he tenido tanto miedo de vivir
como los pájaros
un cuerpo frágil en el aire
la oscilación necesaria de la presión
lo incontrolable
abriéndome el pico
desgajándome
las costillas]
anoche quisimos ver la luna en la playa
pero estaba oscuro y entonces quisimos
follar en la playa y tu
boca era una espiral
sin resoluciones y me tocaste
en silencio, me tocaste
el pecho vendado y me dijiste
que me destrozarías
martín, voy a destrozarte
me dijiste
martín
voy a tocar
el reverso de las costillas
entonces
[tú me habías llevado junto a las
rocas
solo veía
el espacio de tu centro]
entonces encontramos al pájaro
y nos pusimos de pie
tenía un ala extendida
sobre los miles de millones de granos
de arena que dibujaban nuestros pasos y
tenía
el pico casi enterrado en la arena y
tenía las plumas
de la cabeza mojadas
llamamos a la policía local
yo me senté al lado de la gaviota
y dibujé con los dedos en la arena
el espacio de las costillas
un pescador nos dijo que la gaviota se
estaba muriendo
me miró y me trató de chico y me
explicó
que el córtex de las gaviotas no es el
córtex
de las personas y que las gaviotas no
tienen sensación
de finitud
le dije que yo tampoco tenía sensación
de finitud
el pájaro no estaba muerto cuando
nos fuimos
levantaba la cabeza
abría mucho el pico y se quejaba
o no
y le dolía
o no
el pájaro no sabía que se estaba
muriendo
pero yo tampoco lo sabía
yo tampoco sabía nada de su existencia
triangular
de las decenas de años
que acogen las alas
el silencio
de los pájaros
qué me separa a mí de la gaviota
qué distingue este limbo lento
azul
esta línea continuada que me
diferencia de mí
y solo me deja tocarme
cuando soy muchas personas
cuando ya no soy
otra cosa
que la imagen en el espejo
fuimos al centro de la ciudad
a beber una cerveza y hablar de los
libros
que todavía no habíamos leído
de las vidas que todavía no sabíamos
cómo vivir y te dije que ya no tenía
miedo y por primera vez
era verdad
fuimos al centro de la ciudad
reservé los billetes de tren a genova
subimos a tu casa y me follaste
desde atrás
me sujetaste el pelo corto tan fuerte
que no aguantaba el dolor
te hizo mucha gracia que aguantase los
setenta azotes
y me quejara de los tirones
del pelo
después
en la ducha
te pedí que me dejaras lamerte las
botas
al día siguiente
te dije que llevábamos un mes así
y que necesitaba lamerte
las botas
tú me enjabonaste la espalda
y me besaste
el relieve
de la nuca
tranquilo, perrito
todo a su tiempo
ahora es ahora
ahora volvía a ser ahora
y cerrar los ojos así
cerrar los ojos
parecía posible
ahora
volvía a ser un instante sostenido
* * *
muy poco antes de que yo cogiese el vuelo a barcelona que luego se volvería casa y luego vuelo a leipzig, HA y yo bajamos de verdad a la playa. estuvimos en el centro, follamos en su casa al día siguiente y, sobre todo, vimos a la gaviota. compré mi tren a genova, el pescador pensó que yo era un chico y hablamos del neocórtex, el córtex y el bulbo raquídeo.
me pareció ofensivo hablar de esas cosas delante de la gaviota mientras esta se moría. realmente me pareció que cualquier cosa que nosotros pudiésemos hacer se volvería ofensiva para la gaviota porque en nuestra ficción humana, en nuestra omnipotencia, no podíamos hacer absolutamente nada por ella. la gaviota había elegido un espacio resguardado y se había acurrucado en una montaña de arena, a salvo del viento. intentamos darle agua. intentamos levantar nuevas colinas de arena para que no se enfriase. el pescador se rio de nosotros.
a mí se me venía a la cabeza una canción donde amanda palmer cuenta cómo remató a un pájaro moribundo. no paraba de pensar en eso. en el I'm not the killing type. miré de reojo a HA. pensé que los dos llevábamos botas militares, puntas metálicas. mis botas militares para subir montañas, para la nieve, para las super sesiones bedesemeras. mis botas militares que no servirían nunca para matar a un pájaro, como las de amanda. la gaviota se ahogaba y a mí me parecía ahogarme con ella. no podía mantener la cabeza erguida y el pico se hundía en la arena.
el pescador-psicólogo tenía más cosas que decir sobre nosotros que sobre la gaviota. eso también me pareció ofensivo y, sin embargo, cuando nos dimos la vuelta, cuando recogimos la sudadera naranja y nos sacudimos la arena, fue él quien no se giró. nos asomamos a medias desde el paseo y le vimos arrodillado, dándonos la espalda. nos asomamos otra vez. la gaviota estaba muerta. el cuerpo tranquilo, lento.
fuimos al pub irlandés muy callados, HA y yo, pero no estoy segura de si paramos ahí o más tarde. sé que tomamos helado de vainilla y fresa en la última heladería abierta. pasaban de las dos, día de semana, los pájaros.
HA y yo hablamos de la gaviota más tarde. nos sentíamos aliviados de que el pescador hubiese tomado la decisión que nosotros no habíamos sabido tomar. el plan de ver la playa, nadar en la playa, follar en la playa se nos fue muy lejos. faltaban pocos días para que me marchara y nos apetecía una sesión, nos apetecía pasarlo bien, poner patas arriba el género y tomarnos con mucha calma lo que viniera luego. pero esa noche realmente no nos apetecía nada. nos tomamos el helado, vimos la luna, creo que me prestó su chaqueta. creo que yo ya llevaba su chaqueta. hablamos de la canción de amanda palmer, de lo valiente que era amanda palmer. le dije que quería ponerme el pelo como ella. le dije que tenía miedo.
es habitual hablar del miedo, no tan habitual ponerle nombre. me asustaron los ojos del pájaro. me asustaba irme a alemania. me asustaba no ser capaz de decírselo a nadie, eso, que estaba asustada. me asustaba echar de menos o no echar de menos o no hablar bien el idioma o fracasar, en el sentido abstracto y extenso de fracasar. reservé los billetes a genova y los de poznan, un viaje que no hice y que cambié por praga, hamburgo y kiel.
vimos una película esa noche. follamos esa noche y tuvimos los mimos más geniales del mundo después. me quedé dormida en la ducha, creo, o quizá fue en el sofá, o quizá fue comiendo chocolate, o quizá fue exigiendo más chocolate. me desperté y hablamos de la gaviota, de la canción de amanda palmer, de lo valiente que era amanda palmer, de que yo tenía miedo. hablábamos a menudo del miedo.
al final creo que perdí el miedo a tener tanto miedo. cogí mis aviones, fiché en mis clases y vi el otoño empezar a comerse la ciudad. sigo dándole vueltas a lo que pasó con la gaviota y se me hace extraño, cuando he visto morir de mayores a otros animales en el campo, cuando he bajado junto al arroyo para recoger los pollitos que se habían ahogado. pero la gaviota. no poder, no decir. el pico abierto tan en silencio. y nosotros que habíamos bajado a la playa a ver la playa, a nadar en la playa, a follar en la playa. la gaviota en una semiesfera. la gaviota muriéndose. el pescador mirándonos, quizá, con escepticismo.
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